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Foto del archivo Mic

MĒ José, fila inferior izquierda (prenda azul oscuro).

Mi nombre es María José, tengo 33 años y soy de Tarifa (Cádiz), nacida en una familia numerosa dónde se me ha educado desde unos valores cristianos. Me acuerdo que desde pequeña mis padres acostumbraban a llevarme a la Eucaristía, actos parroquiales, etc. Una de las celebraciones que recuerdo con más intensidad es la Vigilia Pascual, en la que estábamos dos horas largas y yo preguntaba en voz baja a mis padres ¿ Cuándo nos vamos? Y ellos respondían: queda poco hija, ya termina. Poco a poco iba creciendo junto con mis hermanos, en un ambiente sano en el que Dios formaba parte de la familia.

Comencé a ir a catequesis de Comunión, Confirmación y éste fue el momento crucial dónde yo me sentí responsable de mi compromiso Cristiano, y es en éste momento después de la Confirmación, cuando decido integrarme en la parroquia asistiendo a los grupos de jóvenes, coro de la parroquia, miembro del Consejo Pastoral. Estando en el grupo de Jóvenes el Sacerdote encargado de los grupos, nos animó e invitó a tener un compromiso cristiano dentro de la Parroquia. Entre las opciones que había a elegir a mí me pareció bien ir de voluntaria a la Residencia de Ancianos de mi pueblo.

Mi asistencia a la Residencia como voluntaria empezó los Sábados por la tarde: mi ocupación era estar con los ancianos acompañándoles, dándoles de comer, sacarlos de paseo, en las Navidades asistía con ellos a la Eucaristía que se celebraba en la capilla de la residencia y en la que también el coro de la Parroquial cantaba. Poco a poco, fui descubriendo que mi visita a la Residencia, no sólo consistía en un quehacer, sino que mi vida se iba involucrando de forma que los ancianos formaba parte de mi vida, los iba integrando sin saber que estaba comenzando un servicio en el que ponía todo mi cariño y dedicación.

Ese mismo año de voluntariado, yo me trasladé a un pueblo de la provincia de Cádiz, para terminar los estudios que estaba cursando. Deseaba que llegara los fines de semana para poder dedicar tiempo a mi familia y a los ancianos. Sencillamente mi vida giraba en torno a: mi familia, los estudios, los ancianos, el grupo de la parroquia ¿ y que más? Pregunta que me hacía con decisión pero a la vez con temor, a la respuesta que me fuera dada. Mis ojos y mi corazón empezaron a tener una visión más amplia, y mi visita a la Residencia empezó a tener otro matiz. Las religiosas que para mí estaban en un segundo plano, empezaban a ganar terreno y se convirtieron en respuestas a todas mis preguntas.

Me iba fijando en qué trabajaban, cómo hacían el trabajo, qué otras cosas hacían, porqué seguir a Jesús... Y si creemos de verdad, que todos somos medios para los demás, a mí se me presentó Jesús a través de una hermana, que tal vez por su experiencia, me fue enseñando qué era eso de la “Vida Religiosa”.

Mi experiencia en la Residencia fue poco a poco tomando otro color, y mi “voluntariado” se iba convirtiendo en “forma de vida”.Me iba sintiendo llamada a subir al mismo barco que las religiosas, al mismo estilo de vida, a seguir a Jesús. ¿Qué es lo que hizo que yo me preguntara ser religiosa? Una cosa tenía claro, mi vida tenía que estar orientada hacia los demás y un voluntariado no era para mí suficiente. Os puedo decir que mi primera reacción fue de miedo, de incertidumbre, de no saber qué hacer ante esa llamada.

Después de un tiempo de discernimiento me atreví a dar el paso a entrar en el postulantado con las Misioneras de la Inmaculada Concepción, “las monjas de mi pueblo”. Me trasladé a Madrid a comenzar una vida que no había planeado en absoluto, todo era nuevo. Tras tres años de experiencia preparación, me decido a hacer la primera profesión, en la que me comprometo a la vocación a la que he sido llamada consagrándome a Dios para participar de la vida y misión de Jesús que pasó haciendo el bien, enseñando y curando. Desde este momento hago más conscientemente voto de castidad, obediencia y pobreza.

Ahora mismo me encuentro en el tercer año de Juniorado, profundizando en el seguimiento de Jesús, con todo lo que ello conlleva. En esta etapa se va haciendo experiencia más profunda de lo que es el Seguimiento de Jesús.
Etapa de maduración personal, espiritual, comunitaria, congregacional y de estudios civiles. Puedo decir que a pesar de la renuncias que he tenido que hacer, de las dudas en muchos momentos, no me arrepiento de nada de lo que he hecho hasta ahora. Es una vida profunda porque hay Amor, y es allí en la profundidad, dónde se cuece lo mejor del hombre, de donde sale lo mejor que hay en nosotros, porque allí en lo más escondido está Dios, Está su hijo.

Ahora muchas veces me pregunto:
¿Será que el Señor en esas Vigilias Pascuales, en las que yo preguntaba a mis padres cuándo nos vamos, ya me estaba llamando el Señor a estar con Él? No lo sé, pero es verdad que el Señor te ayuda dándote muchos medios para que te des cuenta lo que Él quiere para cada uno de nosotr@s.

¡Ánimo a to@s aquell@s que estén planteándose un estilo de vida como éste! ¡Vale la pena!

María José Moya Ballesteros

Intentar resumir año y medio de vida en unas pocas líneas es bastante complicado, pero ahí voy a intentarlo, tal vez no se trata de resumir año y medio sino simplemente poder transmitir algunas pinceladas importantes.
He compartido este tiempo en Salina Cruz, con la comunidad MIC formada por María Duocastella, Josefina Sarratea y Lágrima Bermejo, y esta experiencia, como laica, me ha ayudado en mi crecimiento personal.

Lo primero que puedo decir, y creo que es lo más fundamental en todo este tiempo, es el sentimiento de normalidad existente en la convivencia. Probablemente mucha gente, con la cantidad de tópicos que hay entorno a la vida religiosa, pensó: ¡Oh, Dios!, vivir con unas monjas, ¡qué horror! ¡qué vida más estricta...etc.! Pero lo cierto es que la experiencia ha sido maravillosamente normal, ¿cómo decir?, como vivir con la familia, con unas amigas, no sé, normal, algo tan normal que, tal vez en los tiempos que corren, sea pedir demasiado, ya que cada vez lo normal se convierte en más anormal.

Y dentro de toda esta normalidad, resaltar en un primer momento la acogida, el hacerme sentir en casa desde que pisé México, primero en el DF, después en Rafael Delgado y por fin en Salina Cruz. En las tres comunidades de México he tenido el mismo sentimiento de acogida y cariño.
Llegar de un mundo diferente y empezar a adaptarte en un mundo como el de Salina Cruz, con una cultura tan diferente a la propia fue algo que se dio poco a poco, pero en ese proceso, el apoyo incondicional de la comunidad fue un pilar importante.

Ellas me abrieron las puertas a un nuevo mundo, y no sólo en el sentido literal de la palabra al estar en México, sino al mundo en el que ellas estaban insertas: el mundo de la pobreza, de la desestructuración familiar, del desorden establecido, del alcoholismo, de la explotación laboral, de la falta de educación, de salud... etc. Y con su testimonio de entrega en la misión me enseñaron una manera de hacer y de estar con la gente del pueblo. Cada día ha sido una lección de paciencia, esperanza, fe, capacidad de trabajo, acompañamiento...

También han sido un testimonio de fidelidad a la oración, cómo cada día, cada día, lo primero, antes de empezar el trabajo, era guardar su tiempo a estar con Dios. Mientras, yo dormía plácidamente. Esto en ocasiones me daba mucho que pensar y ya ha sido en estos últimos meses en los que me planteé el levantarme antes, un día a la semana, para compartir mi oración con ellas.

Pero esto es un ejemplo sencillo del respeto que he sentido en todo momento, cómo se me ha dejado ser como soy, cómo se me ha ido invitando a convivir con la comunidad en algunas cosas comunitarias y cómo en ocasiones yo quedaba al margen por tratarse de cuestiones de su Congregación. Yo siento que hemos encontrado un buen equilibrio en la relación y estamos sabiendo respetar nuestras diferencias a nivel vocacional, y a nivel generacional también, puesto que existe una considerable diferencia de edad entre la media de la comunidad y yo.

Este respeto existente me dejaba un sentimiento de libertad, sintiendo que, dentro de un orden, he podido hacer según mis propias decisiones, en el sentido de que aunque ninguna de las tres son muy amigas de las salidas y los paseos (tanto diurnos, como nocturnos), eso no ha sido un impedimento para que yo entrara y saliera mucho con la gente, con los jóvenes, acompañarlos en fiestas, convivencias, me han llevado, traído...Ha habido ocasiones en que ha sido con ellas pero otras muchas en que no. Siento que en general nos hemos complementado bastante bien, resaltando siempre y en todo momento lo bueno de la convivencia, pero cada una aportando lo que sabe hacer y lo que sabe ser. Me he sentido cuidada en las ocasiones en que me ha hecho falta y también he sentido que me dejaban estar, hacer y ser en las ocasiones que también me ha hecho falta.

Por último y definitivo creo que entre nosotras ha nacido un vínculo muy especial; yo ya las siento muy mías, como mi familia, me alegro con sus alegrías, y me entristezco con sus pesares. El convivir con cariño y respeto hace germinar un amor especial y todo esto que he vivido con ellas en este tiempo y con el resto de la gente de Salina Cruz, hace que yo sienta ahora que ya no soy la misma mujer que llegó en octubre del 2003 a México con la idea de vivir una experiencia de misión, con el corazón y mente abierta a lo que Dios quisiera, siento que Dios me ha ido modelando y tocando el corazón y puedo decir que siento un profundo agradecimiento a la comunidad, y desde luego, a todo el Instituto por permitir que se den este tipo de experiencias y ¡ojalá muchas otras personas puedan vivir una experiencia como ésta! MUCHAS GRACIAS.

Mª Pilar Garay Toboso